Me bailaste, me redujiste a cenizas, usaste mi piel como lienzo de papel sin bordes ni esquinas, dibujaste con giros y revoloteos de polleras un cuadro humano derretido en tinta que corría hacia el suelo como si llorase al ver su primavera. Me hundí en ese sueño como al entrar en un cuarto oscuro, me perdí en lo lizo de tus cabellos negros y jamás noté que la alegría y la risa se irían perdiendo entre la gran vía. Que tus abrazos puñales y las cortadas de tus besos con filo de espada serían la coartada perfecta para una mujer diabla, el crimen perfecto, el beso veneno de una noche sin final.