—Mi vida —dijiste — buen día. Y amanecí en París. —Mi cielo —respondí — querida. Y se tiñó azul aquello que hasta entonces era de un tono gris. Y miré hacia las calles y las vi vacías, vi las camas tendidas y supe que hacía ahí. Sabía que me esperabas, enredada en tus perlas, cubierta de rosas, con el desayuno puesto en cojines carmín.
Amanecí un buen día y aún estabas allí, te daba regalos, me bailabas desnuda y pasábamos juntos en nuestro universo inventado, la bella París.