lunes, 5 de octubre de 2020

Ojos que llorosos vi...

 En el curvilineo serpentear del Amazonas, en una barcaza, dos adultos desgreñados discuten por quien ha olvidado los cerillos bajo cubierta, uno alto y escuálido el otro enano, regordete y sin un ápice de cabellera, ambos nerviosos por la carga que llevan en el estómago de la antigüedad de madera y remaches de metal que es esa barcaza. Si te permites oír con claridad y logras disipar los cantos de las sonoras aves, podrías escuchar diáfano lamentos jóvenes, berridos de menores que en el centro de este recodo de la gran serpiente, van de exportación para Brazil...

Nadie oye, nadie mira, los viajantes se cubren a plena vista, el descaro y la impunidad en los rostros y el Amazonas los solapa. Los solapan las aves cantoras y los chillidos de los mamíferos, mientras en unas barracas húmedas y calurientas, aún lloran las desterradas.

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