Buenos días te dicen, buenos días respondes y la vida tiene colores más cálidos, parece que vives en una foto en sepia todo parece mejor que el día anterior el sol es más sol, el cielo es más azul, tu sonrisa es más sonrisa y tu le perteneces a la mañana y ella te pertenece, vives en el hombre infinito de kirkegart, pasan las horas y empiezas una rutina que no te gobierna, tu la elegiste y quieres hacer todo lo que te determina hasta el medio día, ahí el sol pesa un poco más, las sombras se desvanecen, nada está oculto ni es desconocido, todo se te muestra tal y como es y eso es abrumador. La hora de la comida llega y te repara, te da un segundo aire para continuar por la tarde. Aún las siguientes 3 horas se hacen cuesta arriba pero caminas lo que es necesario para llegar hasta las cuatro de la tarde y todo fluye como un río manso, las luces empiezan a encenderse, los comercios las prenden y si subes a un punto alto el espectáculo de vermut aguarda como el incendio al borde del mundo, el crepúsculo no tarda, la intensidad de ese fuego y la tranquilidad del viento te deja pensar, entre las cuatro y las cinco de la tarde es el mejor momento para cuestionarte las cosas de la vida que son importantes pero que preferimos no tomar en cuenta por el miedo de no encontrar respuestas.
El manto de oscuridad que nos abre la ventana al universo con las siete de la noche llega y el mundo y la gente en lugar de dormir, despierta, las luces aumenta, la música se oye a lo lejos, la tierra tiembla al son de la clave, es tiempo de desconectar la mente consciente y dejar que el instinto movido al ritmo de un sintetizador dirija tus movimientos ebrios. Otro día empieza, uno mas bien oscuro pero aún más incandescente que el anterior, más alegre y más vivo. La noche cuenta más historias que las que se escriben a las cinco de la tarde.