II
Mi nombre es Saúl voy a la escuela primaria y vivo con mi abuelita, todos los días salgo de casa exactamente a las seis y cuarto para salir del Callao y luego cruzar la pampa que hay entre mi casa y la avenida Valdivieso para evitar tener que dar una vuelta de cerca de una hora de camino por la avenida Argentina, en todo el trayecto corro con una rama que escondo antes de entrar al colegio al costado de unos arbustos en el parque de la vuelta. Con esta ramita me gusta pensar que puedo dirigir una orquesta o quizá podría ser una varita mágica que me permita cambiarle el nombre a las cosas por ejemplo: esta roca será ahora un perro y estas hojas ahora un grupo de trabajadoras hormigas. Pero todo se acaba cuando cruzo los portones del colegio Sagrado Corazón, hoy voy llegando con la lengua afuera porque esta mañana iba tarde debido a que me distraje por una pobre ave que se había caído de su nido, vi como siempre a los choferes de los demás niños, y nunca a las mamás, ellas tienen más cosas que hacer, por ejemplo mi abuelita dice que mi mamá tiene que trabajar en argentina muy duro, para mandar dinero a la casa y que por eso no puede estar conmigo pero que pronto vendrá, para las vacaciones, siempre dice eso cuando yo le pregunto, pero ya hace tiempo que no la veo y aunque no se lo diga a abuelita a veces me pongo triste, pero no dejo que me vea, y que no se dé cuenta que, lo sé.
Cuando llego, la formación de los primariosos ya va por la mitad y me tengo que esconder y caminar rápido por atrás para formarme con los pocos alumnos que llegaron tarde, la monja Julia, como siempre estaba ahí esperándonos al costado de la sala de profesores, parada en la sombra con su temible regla de madera descolorida y con manchas de pintura, para darnos nuestro severo castigo por llegar tarde, hacer que perdamos la primera hora de clases y además poner en nuestros cuadernos un llamado de atención para los padres que envían tarde a sus hijos, pero mi abuelita me mando a tiempo, así que no puedo dejar que lo vea. Después de más de cuarenta minutos de tortura bajo el sol podemos entrar a la clase en donde todos me ven como un bicho raro porque, mi uniforme es el mismo del año pasado, eso la verdad no me importa, y es que no he crecido mucho, tan solo crecí tres centímetros este año y el cambio de uniforme no era necesario. De los cursos de la primaria de segundo grado, la teoría de conjuntos y las palabras que llevan más de tres a, me son completamente aburridos, aunque puedo decir que el hambre a veces me hacía dejar de atender la clase de vez en cuando, mi abuelita me daba propinas cada vez que podía, y a la hora del recreo me iba atrás de los juegos donde había una reja vieja que dejaba ver la calle donde se paraba un anciano, con un bastón y la barba crecida, con una cajita de golosinas baratas que vendía hasta que alguna de las monjas venía a hacer que él se fuera, aunque era inútil, a la salida estaba en el mismo lugar y no pocos niños que nos habíamos quedado con ganas de comer golosinas íbamos a comprarle. Historia era un curso que me gustaba, aunque debo decir que no recuerdo ni la fecha de la independencia, la monja Anita era la que enseñaba este curso y ella siempre me trataba bien, era muy buena y creo que le caía bien. Por otro lado mis no pocos amigos imaginarios me hacían también la estadía bastante asequible en las cinco largas horas que pasaba en esas aulas modernísimas de una de las escuelas más caras de lima. Mi abuelita al llegar a casa siempre me preguntaba cómo me había ido en el colegio y yo siempre respondía con un “bien” con ánimo de no revelar nada más, ella me decía que tenía que aprovechar bien el esfuerzo que estaba haciendo mi mamá para mandarme a ese colegio de ricos, para que pudiera salir adelante en el futuro y que aprenda a codearme con las gentes finas de esta ciudad. No he sido muy bien recibido muy bien por esta dichosa sociedad en todo caso, alguien que no pertenece simplemente no pertenece, y más con muchachitos de siete años, engreídos y dedicados a las peleas de recreo, con señores altos y bigotones de choferes con carros completamente brillantes de punta a punta. Quizá un día pueda yo tener todas esas cosas, pero quisiera saber cuándo para poder prepararme, los escuchaba murmurar y ellos siempre me decían que andaba algo sucio y flaco, además de eso era bajo de estatura y para los deportes y para las peleas de recreo era un cero a la izquierda.
Un día llegó al colegio un niño algo extraño, tímido y algo afeminado algunos podrían decir, ese día lo vi llegar con su mamá y su padre, parecían algo desapegados a él, por lo menos el papá era un tipo alto de estatura, de traje blanco, parecía que había terminado de jugar golf hacia tan sólo un momento, y su mamá era una señora muy bella, de esbelta figura y cabellos ondulados, tez blanca y carmín rojo, con un vestido floreado por debajo de las rodillas, si algún día veo a mi mamá quisiera que sea así. Pablo el niño nuevo venía con un pantalón corto y parecía que iba a llorar a cada momento en el que la mamá lo dejaba para tomarle el cabello al papá y decirle - darling no te preocupes te vas a divertir y juan te estará esperando para traerte de nuevo a casa después de tus lecciones de piano, no lo olvides -. Pero él parecía triste y así lo pareció los primeros tres días de clases y hasta podría decir que la primera semana, yo lo observe el primer y el segundo día como era costumbre cuando un niño nuevo llegaba a la clase, pero después de la primera semana noté que en los recreos permanecía sentado en un rincón, y que no interactuaba con el resto de nosotros, por otro lado yo estaba jugando mi típico juego de darle nombre a las cosas y a cada piedra que veía le daba un nombre diferente, unas eran gusanos y otras eran simples rocas, pero me divertía poder metaformizar las cosas, hasta que mi vara se encontraba apuntándole a la cara al nuevo, y dije, tu eres una paloma, y seguí caminado y buscando curiosidades en las esquinas y en el suelo, buscando errores de la naturaleza en la disposición de que sería cada cosa, entonces, una vos temblorosa y algo preocupada llamo mi espalda y al voltear Pablo con un enorme signo de incógnita sobre la cabeza me pregunto por segunda vez, -¿qué haces?-. nos pusimos a conversar el resto del recreo y le conté acerca de mi juego y me dijo que no entendía porque las cosas tenían que ser otras cosas, a lo que le contesté que era cuestión de aprender a observar, que había objetos que eran más que eso y que no podíamos quedarnos con la versión más básica de ellos. Al parecer le parecían interesantes mis sandeces y me seguía a todos lados intentando nombrar las cosas de distinto modo, hasta que llego el día en que lo invite a venir a casa, le pedí permiso a mi abuelita el día anterior, y ella dijo gustosa que sí pues nunca lo había invitado a nadie antes, yo el niño menos parlanchín de la clase ahora tenía un amigo y extrañamente el entendía un poco mi forma de ver el mundo. Al llegar la salida nos despedimos y quedamos en que el vendría a casa a las cuatro de la tarde, entonces me enrumbe por mí ya conocido camino de arena y dunas de la pampa que tenía que atravesar para llegar a casa.
Más tarde ese día llego Pablo y entonces mi abuela había preparado unas galletas con gaseosa que tomamos, mi casa era pequeña solo teníamos dos habitaciones además de la sala y un patio pequeño con un naranjo chico que aún no daba ningún fruto, mi abuelita lo había plantado hace menos de seis meses y le contaba a pablo que cuando ese naranjo empiece a dar frutos tendría kilos y kilos de naranja para comer y que si quería le podía invitar las que quisiera, por supuesto acepto el trato de inmediato. Jugamos futbol en el patio hasta que tuvo que irse, su chofer, estaba sentado con mi abuelita en la sala terminándose esas galletas, eran un negro alto y viejo de bigotes ya con algunas canas, pero de cabello zambo y completamente negro, antes de irse me dijo que le pediría a su mamá que le diera permiso de invitarme a su casa para que la pudiera conocer, le dije que era una gran idea, y entonces se fue.
Lo triste es que después de ese día no lo vi más en el colegio no volvimos a saber de él o de su familia, algunos niños dijeron que había sufrido un accidente de tránsito, que su chofer había muerto junto con él saliendo del callao otros decían, que les habían robado el carro y que él había desaparecido, yo lo busque siempre después del colegio en la pampa que cruzaba para llegar a casa pero nunca estaba allí…